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La desinformación sigue en marcha. Por: Eduardo Mackenzie

Eduardo MackenzieEl 31 de marzo pasado, la “Comisión de la Verdad” (sic!) organizó un simposio virtual. Tema: “La combinación de todas las formas de lucha”. Hubo 15 oradores, un coordinador y dos relatores. El compromiso de ellos fue, según Carlos Guillermo Ospina, estudiar la “estrategia fundacional del conflicto” armado en Colombia.

Todas las intervenciones fueron interesantes.  Es la primera vez que un grupo heterogéneo de personas reflexiona en público sobre ese tema. Entre los oradores hubo víctimas del conflicto, militares retirados, historiadores, periodistas, ex guerrilleros,  activistas de derechos humanos, jefes comunistas y hasta el hijo de un líder comunista de Cali asesinado por orden del mismo PC colombiano.

La discusión partió sobre bases frágiles pues no había un consenso sobre el contenido exacto y el alcance de esa consigna. Y no lo hay pues el país nunca discutió sobre eso. Empero, los efectos materiales y humanos de “la combinación” los conoce bien el país: son los miles de actos brutales que el PCC-Farc, y las otras bandas armadas,  le propinaron y le siguen propinando al pueblo colombiano.

Me referiré únicamente a dos intervenciones: la del historiador Eduardo Pizarro y la del secretario general del PCC, Jaime Caicedo. Sus ponencias fueron, en mi opinión, actos de negacionismo. Hicieron todo para disfrazar el carácter criminal y permanente de esa doctrina. Fueron dos intervenciones, de más de 25 minutos cada una, pero la esencia de ambas fue idéntica. El objetivo fue servir, una vez más, el refrito de siempre: las Farc-PCC son inocentes, no le declararon la guerra a Colombia, ésta fue lanzada por “el imperialismo”, y por los gobiernos “burgueses” y las “élites liberales y conservadoras”. Las Farc-PCC son víctimas, ellas solo practicaron “la autodefensa de masas”.

Jaime Caicedo hizo todo tipo de maromas para blanquear una política intrínsecamente criminal. Dijo que el culpable es Colombia, que las Farc sí habían aplicado la combinación, en algunos momentos, pero como “respuesta defensiva” a la “represión del Estado”, a una “guerra civil escondida”. Caicedo insistió: “No fue una estrategia”, fue una postura de la “resistencia social y popular”. Caicedo llegó a la ignominia de decir que cuando las Farc-PCC utilizaron la combinación de todas las formas de lucha (léase de todo tipo de crímenes) lo hicieron para hacerle bien al pueblo, para “ampliar la democracia”!.

Lanzar tales falsedades en un simposio que buscaba avanzar hacia el esclarecimiento de la tragedia colombiana equivale a insultar esos esfuerzos y la buena fe de los participantes.  Lanzar esa versión ante el hijo de José Cardona Hoyos, que fue liquidado por orden de jefes del PCC el 8 de mayo de 1986 por oponerse a la aplicación de la combinación contra un gobierno democrático, es cometer una crueldad adicional.  

La patente del terror

Habría que decir que la frase “combinación de  todas las formas de lucha” es ambigua. Esa fórmula atenúa el potencial explosivo del concepto. Pues no se trata de “luchas” sino de atrocidades. Esa fórmula no preconiza combinar “armas y política”, como alguien resumió en el simposio. Es mucho peor. Es la fórmula que da a los marxistas-leninistas el derecho a utilizar el terror y a imponerlo como chantaje y como arma permanente de gobierno.  Para ellos la política es una guerra y solo eso y en ésta todos los medios son válidos. La acción revolucionaria consiste en combinar lo legal con lo ilegal para “acelerar la crisis del sistema colombiano”, como escribió otro jefe mamerto Manlio Lafon. Había pues que combinar la lucha parlamentaria-electoral y sindical, con masacres, ataques contra la fuerza pública,  incendios,  inundaciones, éxodos forzados de población, carro-bombas, secuestros, disimulo,  narcotráfico,  reclutamiento y violación de niños y mujeres,  asesinatos individuales, encubriendo a los ejecutores y a los autores intelectuales.

Esa doctrina viene siendo aplicada en Colombia desde 1928. El PCC no había sido fundado pero la Internacional Comunista, que operaba en el mundo desde 1919,  fue capaz, con un puñado de agentes extranjeros y la ayuda del grupo de Mahecha, María Cano, Castrillón y otros, de transformar una huelga en revuelta sangrienta. Fue lo que ocurrió en las bananeras. Las Farc aplicaron esa línea y las otras guerrillas marxistas que aparecieron después hicieron lo mismo. La línea combinatoria no depende de que  el centro subversivo redacte o no una resolución. En el mundo comunista, los textos públicos son para la propaganda. Las órdenes ejecutivas son clandestinas.

Eduardo Pizarro parecía ignorar eso. Dijo en tono sincero que el PCC había comenzado a aplicar con las Farc la combinación de las formas de lucha “solo en 1961”. Caicedo mencionó una fecha diferente: que eso había empezado “en 1965” y que “las Farc y el PCC, cada uno por su lado,  dejaron de aplicarla en 1993”. Ambos se engañan. Pizarro pretende que el PCC al optar por la combinación  infringió las órdenes del Kremlin.  “No fue una orientación de Moscú”, insistió. Su explicación: Nikita Kruschov era un manso cordero. Su línea no era la subversión anticapitalista sino la “coexistencia pacífica” con el imperialismo.  ¿Pizarro ignora  que los años de NK fueron los más peligrosos de la Guerra Fría? En noviembre de 1956, NK aplastó en Hungría, con blindados soviéticos, las manifestaciones anticomunistas y logró que el líder húngaro Nagy fuera ejecutado en 1958.  NK hizo instalar en la Cuba de Fidel Castro misiles capaces de enviar bombas de hidrógeno sobre Estados Unidos y varios países del continente. Ello llevó a la gran derrota soviética de 1962, y a la destitución de NK dos años después. Para un historiador despabilado tragar las mentiras moscovitas sobre la “coexistencia pacífica” era posible en 1970. Pero seguir tragándolas en 2021 es inexplicable.  

Pizarro mintió al afirmar que “Lenin no estaba de acuerdo” con la combinación de las formas de lucha. Dijo que el jefe bolchevique, otro sumiso borrego, planteaba aplicar la violencia “solo en coyunturas especiales”, o ante una “situación revolucionaria”. Lenin exigió, en realidad, el uso de la violencia años antes de la división de la socialdemocracia rusa en mencheviques y bolcheviques. Los bolcheviques robaban, asaltaban y mataban para comprar armas y financiar su literatura clandestina.  Un solo ejemplo: Koba, el futuro Stalin, junto con Kamo, Svanidzé y Litvinov, realizaron, el 13 de junio de 1907, el gran atraco al banco de Tiflis, en Georgia, que dejó tres soldados muertos y 50 transeúntes heridos. El botín, 341 000 rublos, fue recibido por Lenin en Finlandia. Mientras sus cómplices eran arrestados en París, Múnich, Estocolmo, Ginebra, Rotterdam, Copenhague y Sofía, donde trataban de cambiar los billetes de 500 rublos del asalto, Lenin simulaba ser un pacífico marxista en Finlandia, Alemania y Suiza.

Poco después del golpe de Estado bolchevique –en realidad una contra-revolución contra el sistema democrático instaurado ese mismo año–, Lenin firmó el decreto que fundó la implacable Cheka, en diciembre de 1917, primer organismo del gigantesco aparato de represión masiva mediante el cual los leninistas mantuvieron su dictadura durante 70 años. Lenin tuvo un papel personal en  la liquidación de millones de rusos, sobre todo durante la guerra civil. Fue, además, el creador del Gulag y el inventor de un régimen totalitario, sin par hasta ese momento, que llevó, hasta hoy, a la muerte a más de 93 millones de personas en los cinco continentes, sin contar los traumatismos físicos y psicológicos causados en otros tantos millones de personas (1).

Lenin y las 21 condiciones

Once años antes de tomar el poder, Lenin publicó en la prensa bolchevique el artículo que funda la doctrina de la “combinación de todas las formas de lucha”.  Es un texto de 1906 que lleva por título “La guerra de guerrillas”. Dice esto: “En ningún caso el marxismo se limita a las formas de lucha posibles y existentes en un momento dado. El reconoce la inevitabilidad de nuevas formas de lucha aún desconocidas del periodo dado, como consecuencia de otra coyuntura social. Desde ese ángulo se puede decir que el marxismo aprende de la práctica de las masas.” (2).

Esa idea reapareció en un artículo de julio de 1916. Lenin advierte: “Seriamos muy malos revolucionarios si en la gran guerra emancipadora del proletariado por el socialismo no supiéramos aprovecharnos de todo movimiento popular contra las calamidades particulares del imperialismo en favor de la agravación y amplificación de la crisis.”

En 1920, Lenin insistió en la necesidad de la combinación al rechazar el ingreso al Komintern (la Internacional Comunista) a los partidos que se negaran a dotarse de un aparato armado y clandestino, al lado del aparato legal. Para él un partido revolucionario debe combinar, en todo momento, la acción legal con la ilegal. Los demás son partidos reformistas indeseables.  Ese punto es central en las “21 condiciones” del Komintern, del cual hizo parte el PCC. En 1946, la doctrina de la combinación fue adaptada al escenario internacional por Andrei Jdanov, un delfín de Stalin (3).

Pizarro no solo trató de borrar esos hechos sino que quiso desviar hacia el maoísmo y hacia otras corrientes, terroristas y nacionalistas, como los irlandeses del IRA y los vascos de ETA, el origen de la combinación de las formas de lucha. 

No entiendo por qué Pizarro y Caicedo pretenden cambiar la historia de Marquetalia, en momentos en que Iván Márquez y Santrich relanzan la llamada “nueva Marquetalia”, o Narcotalia. Pizarro y Caicedo inventaron en el simposio una leyenda confusa: que el gobierno de GL Valencia había “cercado” a unos pobres campesinos para masacrarlos y que el “conflicto” dura desde entonces por eso. Valencia, en realidad, puso fin a la barbarie impartida durante cuatro años por el grupo de Charro Negro y Tirofijo en Gaitanía (después Marquetalia). Derribar la historia y substituirla por imposturas fue el objetivo de esas intervenciones. Para ellos, además, los dos intentos de golpe de Estado ejecutados por los comunistas y una fracción liberal, contra el gobierno de Mariano Ospina Pérez, con el “Bogotazo” del 9 de abril de 1948, y con el intento de destitución mediante un juicio en el Congreso y una huelga general, para llevar al poder a Eduardo Santos, en noviembre de 1949, son presentados como su contrario: como “el golpe de Estado de Ospina Pérez”.

El negacionismo necesita esos derribamientos de la realidad.  Hay que escuchar con atención lo que viene de tales fuentes. Hubo otro gesto en ese sentido cuando Jaime Caicedo lanzó el cuento de que el Frente Nacional “no produjo la paz”. Esa mentira fue inventada por Gilberto Vieira para justificar la continuación de la lucha armada, la cual había decrecido casi totalmente gracias a las reformas que portaba el pacto de FN. Todo ello fue aprobado con creces por el referendo nacional de diciembre de 1957. La minoría comunista, que años atrás había excitado la guerra fratricida entre liberales y conservadores, para precipitar el país hacia una guerra civil total, que nunca lograron, recomenzaron la acción armada ofensiva para cumplir las órdenes de Stalin: éste había decidido que el gobierno americano quería desatar contra la URSS la tercera guerra mundial y había que tomar por ello ciertos países de su retaguardia, como Brasil, Guatemala, Venezuela y Colombia.   

Un elemento que surgió varias veces en el simposio, sin ser negado, fue el del papel de Manuel Cepeda Vargas, miembro de la dirección del PCC, en la aplicación a ultranza de la combinación de las formas de lucha en Colombia y en la cobarde erradicación de José Cardona Hoyos.  

El simposio sobre la “combinación de todas las formas de lucha” parece haber abierto un encomiable espacio de discusión sobre un tema crucial: por qué Colombia vive bajo la violencia subversiva desde hace tantos años y cómo esa violencia abonó el terreno para la emergencia de otros actores criminales (narcos, paras, etc). Pero ese esfuerzo sería vano si los defensores del sistema democrático no toman la iniciativa para impedir que las mentiras más abyectas reaparezcan allí y queden sin respuesta.

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