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El extraño marco de las elecciones de 2022. Por: Eduardo Mackenzie

Como en Chile, las minorías activas tratan de imponerse sobre las mayorías colombianas, llevándolas al fatalismo y al abstencionismo. La mediocridad de los partidos no ayuda al elector a salir de esa depresión nerviosa. Millones de patriotas temen la llegada del petrismo pero estiman que no pueden hacer nada contra eso. ¿Qué partido les dice lo contrario? ¿Qué partido les dice que es posible resistir? ¿Quién los invita a la acción para impedir ese desastre?

Ante un liderato endeble, los votantes se resignan a vivir un fracaso. Si hay una coalición que llegue a la segunda vuelta, la que sea, dicen, habrá que votar por ella. Esa es su salida. Es una salida pobre, deplorable.

Lo que hizo el expresidente Álvaro Uribe con la elección del candidato presidencial del Centro Democrático, en diciembre de 2021, debilitó al CD, la fuerza electoral más importante de Colombia. La campaña antes de la primaria del CD indicaba que la movilización de las bases uribistas era evidente y principista. La candidatura de María Fernanda Cabal estaba siendo plebiscitada por la militancia y por electores sin partido. Eso abría la posibilidad de que la acción del CD, de la derecha y de los sectores conservadores en general, se articulara en torno de una personalidad fuerte, popular, libre de los mitos paralizantes de la centro-izquierda.

Uribe consideró que la elección presidencial se podría ganar por el centro, con un discurso moroso, de promesas progresistas y negociación eventual y limitada con el enemigo. Al prescindir del triunfo de María Fernanda Cabal él sustrajo, apartó, de hecho,  al CD del combate histórico y le entregó a las coaliciones heterogéneas en formación la responsabilidad de forjar y dirigir el esfuerzo de salvación nacional.

Las ideas acertadas de Cabal sobre los problemas del país,  su actitud valiente para decir quiénes son los peores enemigos de Colombia, cómo combatir la acción subversiva y cómo defender la fuerza pública, el último escudo protector de las libertades, fueron proscritas.

Uribe complicó así, de manera dramática, la lucha de resistencia contra la amenaza del Farc-petrismo. Las coaliciones que se han ido formando no muestran un derrotero claro. Dicen ser no sectarias, creen tener soluciones y dicen que saben a dónde ir. Son solo palabras. Carecen de identidad patriótica. Nadie propone deponer los intereses personales para estructurar un frente único de lucha, con un liderazgo fuerte, contra un triunfo chavista en Colombia.

Los medios obligan a los candidatos a apagar su lenguaje. No hay un solo candidato capaz de levantarse contra esa censura. ¿Serán esas eminencias capaces de forjar una dinámica contra los planes del bloque narco-izquierdista y sus socios internacionales?

Habitadas por el nomadismo centrista,  por bagatelas socialistas,  por el indigenismo, el ecologismo apocalíptico, el feminismo exaltado, el wokismo,  la cancel-cultura y otras limonadas de California, esas coaliciones heterogéneas no alinearán sino flacas fracciones de opinión. Sin discurso, sin base social, sin libertad de palabra, sin sentido de la agitación, ni de la organización, esas coaliciones son incapaces de hacer lo mínimo: la difusión masiva de una plataforma que movilice a las mayorías para impedir el manotazo petrista.

Mientras tanto, los Farco-chavistas organizan y fanatizan a su minoría violenta y a su clientela desinformada. Movilizan enormes cantidades de mentiras, y de sumas de dinero mágico, montan manifestaciones e impresionan a los medios.  Hacen que las encuestadoras impongan un esquema de lectura único del estado de la opinión. Petro va al extranjero no para encontrar a la diáspora colombiana sino para negociar en secreto pactos con fuerzas regresivas, y con la empresa española que realizará, en lugar de la Registraduría, el escrutinio de las elecciones de este año, sin que la diplomacia colombiana sea capaz de contrarrestar esos golpes y ese ventajismo.

Obviamente, en tales circunstancias, los índices de abstención y de voto en blanco suben. Esto alegra a los grupúsculos pues los que votarán en blanco no son petristas y los que lo son votarán con disciplina sin perder un voto. Además, hay un estado de desorden y confusión en la Registraduría Nacional. Esta no sabe cuál es el número exacto de electores del país, y completó el proceso de privatización de las elecciones legislativas y de presidente de la República con la compra (o el arriendo) a una firma española de un sistema informático que definirá los escrutinios de 2022.

Asombra ver la indiferencia del CD frente a esos temas. Nadie de ese partido se atreve a tocar el tema de la absurda privatización del sistema electoral, ni del caos que reina en la Registraduría, con despidos masivos y enganche de jurados a velocidades asombrosas, a menos de 25 días de la elección legislativa.

La abstención se ha convertido en el primer partido de Colombia, pero al CD tampoco le interesa ese asunto, ni al gobierno, ni los partidos. Nadie  se sintió llamado a emprender una campaña de educación contra el voto en blanco y la abstención. El voto es un deber del ciudadano. Votar en blanco, o abstenerse de votar, es darle la espalda al país en un momento crítico de su historia política.

Gustavo Petro sabe que no es mayoritario en Colombia, como nunca lo fue la izquierda mamertizada, desde Gilberto Vieira hasta Jaime Caicedo. Si el abstencionismo no baja, Petro ganará si logra conformar una minoría más grande que la de las otras opciones. El petrismo quiere reutilizar la técnica de la mayor minoría que explotó con éxito en las elecciones de alcaldes en Bogotá, Cali y Medellín.

Extraño destino el de Álvaro Uribe: como presidente de la República combatió durante ocho años con éxito a las Farc y a los paramilitares, re dinamizó la economía, liberó a los colombianos y encaró a sus calumniadores, pero le ofreció enseguida el poder a Juan Manuel Santos. Este vendió el país a las Farc mediante un simulacro de paz. Después, Uribe le abrió el camino a Iván Duque, quien hizo un gobierno continuista, con personal santista y sin ideas uribistas, y timorato ante a la subversión narco-comunista. Duque dejó que un cenáculo judicial le quitara sus facultades para luchar contra la inseguridad y los paros armados en las ciudades. Tal conducta le abrió avenidas a Gustavo Petro, el ejecutor de los planes anti colombianos de Cuba y del Foro de Sao Paulo.

Las opciones de Uribe ponen al país al frente de un peligro cien veces peor al que existía en 2002. En ese contexto, y faltando solo 102  días para la elección presidencial,  la pregunta es esta: ¿Si Gustavo Petro gana la elección, la legalidad de ese acto llegará a ser vista también como legítima?

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