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El Petro. Por: Miller Soto

miller-sotoEn pleno apogeo de las criptomonedas, al presidente del país vecino, Maduro, quizá en un gesto de inmadurez, se le ocurrió la “brillante” idea de anunciar el lanzamiento de una a la que bautizó con el nombre de “petro”, o sea, el petro sería la primera criptomoneda emitida por un Estado.

El presidente venezolano, con un entusiasmo poco contagioso, lanzó, el 20 de febrero pasado, el criptoactivo llamado a cambiarle -según él- la vida a los venezolanos. Aunque aún no es posible entender cómo esa criptomoneda podría cambiar la situación de un país que atraviesa la peor crisis de su historia, debo confesar, a riesgo de resultar superficial, que el nombre escogido por el peculiar Maduro, despierta mi curiosidad.

En principio, uno pensaría que la elección del nombre se origina en el vocablo “petróleo”, pues, como bien sabemos, Venezuela tiene una tradición petrolera que le permitió gozar de una solidez económica útil y próspera; sin embargo y considerando que durante los últimos años se ha logrado constatar que el régimen que padece el vecino país prácticamente acabó con la industria petrolera, uno se pregunta: ¿por qué bautizar una nueva esperanza económica con el nombre de petro?, ¿será para reavivar un entusiasmo alrededor del petróleo que últimamente ha generado más vergüenza que prosperidad?, ¿será porque ese nombre le resulta pegajoso?, ¿o será más bien que pretende hacerle un homenaje a Petro Gustavo, su amigo y casi que correligionario?

¡Bueno! Esta última creo que la voy a descartar. Aún si fuese cierto, sería una locura hasta pensarlo (aunque de él uno espera cualquier cosa). No obstante y teniendo en cuenta que Maduro, supersticioso, sí es (le han hablado los pajaritos), no me extrañaría que pasara por su cabeza que así como el nombre de Petro ha pegado en Colombia los últimos días, su criptomoneda podría convertirse en un fenómeno exitoso. Naturalmente, no sería extraño que tal como ha sucedido con el Petro de Colombia, el venezolano sea objeto de la euforia propia de los lanzamientos. Del entusiasmo inicial. El clásico estado de ánimo que tiende a desvanecerse cuando, al observar el contenido, no es lo que aparenta. Y me late que, además del nombre, ambos Petros tienen eso en común: el venezolano, en un mercado tan volátil como el de las criptomonedas, requiere imprescindiblemente del prestigio del que no goza el régimen que lo impulsa.

Por mucho que Nicolás Maduro trate de presentar su criptoactivo como el gran remedio a los problemas de Venezuela, los potenciales inversionistas -venezolanos o no- terminarán entendiendo que ese no es más que otro embeleco con el que buscan engatusar incautos. El Petro colombiano, con el agravante de que en lugar de ser virtual, es real, se presenta como la panacea para los innumerables problemas que hay en Colombia; sin embargo, al analizar su discurso y su propuesta, se encuentra uno con innumerables vacíos  que impiden tomar en serio la posibilidad de darle el voto de confianza.

Su audaz estrategia de soportar sus propuestas en premisas reales, le da una apariencia de verdad a todo aquello que promete; pero el asunto va más allá. Sus muy locuaces propuestas requieren de un “cómo” que en su discurso, hasta ahora, ha brillado por su ausencia. Y si esa sigue siendo su estrategia hasta el día de la primera vuelta, el Petro de Colombia está destinado al fracaso, pues los colombianos nos damos el lujo de ser eufóricos, pero no tontos.

Si un candidato a la presidencia tiene el atrevimiento de prometer lo imposible, que al menos tenga la osadía de explicar con precisión cómo lo habrá de lograr. No vaya a ser que nos suceda lo de Bogotá, que votó esperando ver un Metro, pero sólo vio a Petro.

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