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Cuando un frozomalt deja de ser el último sabor en boca frente a un hurto muy cerca de ti. Por: Dina Luz Pardo

Cuatro de la tarde. Un sábado del mes de septiembre. El plan, darle la bienvenida a una amiga que llegó de Medellín. Luego de recorrer diferentes lugares de la ciudad y ver su rostro de felicidad por ver una Barranquilla diferente a la que dejó hace muchos años, ver sus ojos de asombro y su melancolía por no vivir aquí, fue motivo para estremecer las emociones. Habíamos almorzado, por supuesto, pescado con arroz con coco y patacones, a la orilla del río; antes, un raspao de tamarindo, una paleta de corozo, una michelada bien fría y mucho antes, es decir, de desayuno, luego de venir de la playa, arepa e huevo, carimañolas, buñuelo de maíz… Fue un recorrido no solo de sitios sino también de un deleite gastronómico y de remoción de afectos antiguos que florecieron como lo hace siempre la amistad que es y que no necesita de permanencias sino de lealtad y estar justo cuando se debe estar.

Así que antes de cerrar el día, indiscutiblemente, un Frozomalt debía consumirse lentamente. Llegamos a la única heladería del mundo que ofrece este producto. Y vaya qué producto. Como siempre, la galletita medio sumergida en el frozo haciendo las veces de cucharita mientras mezclas el batido suave y cremoso de la crema de leche con la cocoa especial que lo contiene en un estado más que frapé, diría casi de helado un poco blando.

Pero claro, ¿por qué creer que todo sería color de rosa?

Luego de saborearnos la vida, nos dispusimos a salir del sitio. Caminamos desde la terraza hasta donde estaba el vehículo, unos diez metros. Íbamos distraídos, contentos, hablando -desde la mesa y durante el desplazamiento hacia afuera, hasta llegar al carro-, de la maratón turística-gastronómica del día, de la amistad, de la ciudad… cuando al momento de abrir las puertas de este, el cuidandero de la parte externa del establecimiento, nos gritó 《devuélvanse, corran, corran》. La primera reacción fue de quietud mirando para todos lados. Acto seguido una mujer gritando con gran desespero, 《Ayúdennos, auxilio, ayúdennos》. El cuidandero insistió en que nos devolviéramos a toda prisa. No entendíamos lo que pasaba, igual corrimos hacia la heladería. En medio del agite, los nervios y el no saber qué pasaba con exactitud, miro hacia atrás y me percato de que uno de los que estaba conmigo, se quedó inmóvil, justo frente a nuestro vehículo. Pasé de estado de agitación a nervios descontrolados. Desesperada y con las manos y piernas completamente temblorosas, empecé a llamarle con un grito angustiante, máxime, porque otra persona que corrió junto con mi grupo, dijo 《el tipo tiene un revolver》. Efectivamente, se trataba de un ladrón, que se bajó de una moto, se acercó a un señor que estaba con su esposa frente a su vehículo (parqueado al lado del nuestro), no sé si llegando a la heladería o si se iba, el asunto es que le arrancó la cadena, mientras le apuntó, con un arma de fuego. Al percatarse el cuidandero salió a ver qué pasaba o qué podía hacer y a él también el malhechor lo intimidó con el arma. Ese fue el momento cuando llegamos nosotros, desprevenidos, dispuestos a abandonar el lugar con el sabor en boca de un frozomalt, el momento en que el cuidandero nos gritó que corriéramos, que nos devolviéramos.

En medio de mis nervios, desbloquee mi celular y marqué al último número que tenía en el registro de llamadas, que era el del Comandante de la estación céntrica de la ciudad, por un asunto de trabajo que había estado tratando de solucionar de la mano con él. Pude haber llamado al cuadrante del sitio donde estaba, pero fue mi reacción segunda, después de mis gritos cuando uno de los miembros de mi grupo se había quedado a poca distancia del asaltante y del atracado.

Inmediatamente, el teniente recibe mi llamada, empezó a radiar a las patrullas del sector donde estaba, puse en alta voz del celular a personas que pudieron ver más detalles de lo acontecido, incluyendo descripción de los malhechores. Sí, el conductor de la moto y el parrillero, quien fue el que bajó a cometer el delito. Claro está, estos se dieron a la huida Inmediatamente. Para poder ubicarlos, supongo que la policía debía hacer un cerco por las posibles salidas que tenían estos sujetos (creo que le llaman plan candado). La esposa del hombre que resultó robado, fue quien nos dijo en detalle lo que había pasado y, al parecer, su esposo salió en su vehículo, detrás de los delincuentes.

En cuanto pudimos, nos subimos a nuestro carro, casi en silencio, con los nervios de punta. Nosotros no teníamos cadenas de oro luciendo en nuestro cuello, pero sí celulares y bolsos que, bien pudimos ser los hurtados, solo pocos minutos nos salvó de ello.

Y después de ver una Barranquilla diferente, con vestidos hermosos, con aire de grandeza, 《procera e inmortal, ceñida de agua y madurada al sol…》, después de probar varios alimentos típicos nuestros, de reír, contar anécdotas, de disfrutar el reencuentro, nos quedó el sabor amargo en boca de la inseguridad, de nervios alterados, y en mí, el adicional de vergüenza ante mi amiga, por un cierre de recorrido y del día, bajo un panorama de incertidumbre sobre lo que pasará con la ciudad de seguir esta ola de inseguridad, no tanto por la cantidad de recursos invertidos para embellecerla, sino por la afectación a nivel sicológico de quienes son víctimas de atracos, la lamentable partida de quienes sido asesinados por este flagelo, y por quienes viven -vivimos- la experiencia de cerca, porque también hay una afectación.

Hay tantas moralejas. En tiempos de inseguridad, no andar desprevenido. Toca andar mirando de un lado a otro, sospechando que en cualquier momento podrías ser hurtado. Escribo y esto y no lo acepto, no me admito andando en estado de pánico, pero al parecer, no hay de otra. Cargar lo estrictamente necesario, tener a la mano números de contacto de policía de cuadrantes de los sectores donde uno esté. O sencillamente, no salir y esto implica que la llamada reactivación económica para el sector restaurante y cafeterías no sería igual que para otros sectores.

Pero ante todo lo anterior, considero que por la situación que estamos viviendo en la ciudad, falta mayor conciencia y compromiso. Si todos los ciudadanos nos convirtiéramos en informantes para prevenir, podría sumarse a las acciones integrales que deben realizarse para lograr combatir este flagelo, por parte de las autoridades, en cabeza del alcalde como jefe de policía de Barranquilla. No enumero el resto de acciones porque muchos lo saben.

Informar para prevenir: si vemos a dos en una moto con algo más que llame nuestra atención, bien pudiera alertarse a las autoridades de policía para que lleguen al sitio a hacer la requisa del caso. Con requisar a alguien no se le hace daño, pero sí se evitaría mucho. Ojalá viéramos más retenes para requisa de conductores de moto, automóvil y los de a pie (una de las acciones, más la de informar para prevenir). Si una persona de bien no puede portar un arma para defenderse, lo mínimo que se debe garantizar es que 《otros》, que sí las portan y cometen delitos, sean requisados, capturados, judicializados y encarcelados.

Perdón, María; te presento perdón en nombre de los ciudadanos de bien de esta Barranquilla que es tu casa (y en el mío propio), la que añorabas hasta antes de cinco de la tarde de este sábado del mes de septiembre. Te digo a ti y a otros que han llegado a visitarla, que esto no será eterno. Que quienes la amamos la defenderemos e insistiremos ante las autoridades todas las acciones necesarias para devolver la tranquilidad y seguridad de sus habitantes, convencida de que también, nosotros, tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Informar para prevenir.

Estoy segura que en otro momento retornará en boca el delicioso sabor de un plato típico del Caribe, desde Barranquilla, Colombia.

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