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Crítica al acuerdo Santos-Farc desde Elogio de la Dificultad de Estanislao Zuleta. Por: Mauricio Villegas

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Para entender algo hay que estudiarlo primero. No es posible creer en los argumentos de quien habla sin conocimiento de causa. Y como la política no requiere de la precisión de la física cuántica o la ingeniería aeroespacial y, además permea la cotidianidad del individuo, permite que salgan a relucir interpretaciones de todo tipo sobre cualquier cosa. Más hoy y desde la masificación de la Internet. Máxime cuando informar y ser informado es un derecho fundamental y, por supuesto, opinar.mauricio-villegas

Zuleta fue empírico, en aquellos tiempos en que serlo no era una recocha, sino que implicaba la disciplina heredada de los 13 pánidas. Y se constituyó en un referente intelectual de la izquierda, pluma obligada en todas las carreras de las ciencias sociales en todas las universidades públicas, permeadas por esa izquierda que no es izquierda, por ese ismo totalitario que es el pseudocomunismo castrista vendido por el mago del marketing anticapitalista, el asesino compulsivo alias El Che, que vendió el concepto de que ser revolucionario era ser violento, mugroso, desadaptado, antisistema, pobre, homófobo, mujeriego y aventurero. Primitivista cavernario en resumen.

Revolucionarios los pánidas. Zuleta en este texto se ampara en las teorías de Goethe y Marx, se deduce que no por ser los adalides de la razón o los portaestandartes de la izquierda simplemente, sino por la defensa de la justicia social. Y ello es entendible en épocas donde el capitalismo arrasador heredó las mañas del feudalismo y las monarquías, y el taylorismo motivó el consumismo enfermiso que originó las ventas de garaje gringas, en donde se podrían comprar productos con años de guardados aún sin estrenar.

Zuleta defiende el respeto y la diferencia. El amor al prójimo como segundo mandamiento aunque su tumba no tenga una cruz. Nos invita a dudar de los extremismos, de los fundamentalismos, de las promesas de soluciones mágicas y definitivas a los problemas inherentes a la condición humana: donde haya 2 individuos habrá 2 formas de pensar.

Es por esto, que tras volver a leer éste, mi texto favorito de Zuleta, un texto que como El Principito es vigente en cada momento de la vida en que se lea, como la Odisea de Borges en Nubes I, “lo es la Odisea que cambia como el mar”, habiendo recibido formación de izquierda en mi paso por 3 universidades públicas y haber sido tratado de adoctrinar por el ELN justo en la que este texto se volvió un himno de izquierda, encuentro en él una crítica sustancial al proceso de paz claudicante que vivimos hoy y a ese bolivarianismo que Zuleta no conoció pero que, estoy seguro, habría rechazado de tajo como lo hace la izquierda venezolana que tiene en uno de su máximos líderes al vicepresidente de la Internacional Socialista, Henry Ramos Allup.

Zuleta nos invita a desconfiar de la imposición de las soluciones mágicas sobre problemas abstractos y de aquellos que satanizan a la oposición. Tal cual plantean los promotores de la falsa paz de Santos y las Farc y que defienden sus aúlicos como la senadora de arrabal. Imponer a la fuerza una falsa negociación de paz, que hace claudicar al Estado y a 47 millones de colombianos frente a un grupo minoritario narcoterrorista de 6 mil hombres, aún después de perder el plebiscito.

Zuleta nos planteaba el triunfo de las ideas por el sentido común y la razón en el escenario dialéctico de la Democracia en la diferencia y en el respeto. No en el silenciamiento y señalamiento de la oposición.

Pero Zuleta temía, citando a Dostoievsky, que el amor a las cadenas y a la ilusión de la placentera estabilidad, de dejar que las cosas sigan como están o que sean otros los que se encarguen de pensar, que fueran las idílicas promesas que usan los líderes politícos y religiosos para doblegar a la población las triunfadoras para su beneficio ególatra personal.

Creería que Zuleta hoy, volaría lejos de los ismos, no se dejaría encasillar en la polarización de la política actual y usaría al propio Marx para trascender su teoría por encima de las convenientes interpretaciones con las que la pseudoizquierda actual pretende gobernar por imposición.

A continuación un fragmento de su texto.
El otro, el enemigo

Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él.

Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia -por la desgracia – de alguna revelación. El estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procurarán su conquista.

Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos no son argumentos, sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos.

En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo-, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la Razón que consiste en la petición de un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también hay un verdadero abismo de la Acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la causa absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión.

Ahora sabemos por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad no es una característica exlusiva de ciertas épocas del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino inmuniza una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular – todos lo son – como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira.

El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por si mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por participación, separan un interior bueno – el grupo – y un exterior amenazador.

Ausencia de respeto.

Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Y cuando digo facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio.

Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.

Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas. Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa.

No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra.

Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él solo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses.

Desde la concepción apocalíptica de la historia, las normas y las leyes de cualquier tipo son vistas como algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la Promesa; y por lo tanto, sólo se reclaman y se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada.

Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización, no es generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado o estimado sólo negativamente; lo que se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesaria y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista, que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior.

Esencialismo y Circunstacialismo.

Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosana del aburrimiento satisfecho.

Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.

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