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Adiós a las cabañuelas. Por: Cristian Julián Díaz Álvarez

Al haberle dicho adiós al año 2020, muchas personas tratan de olvidar todo con la esperanza que la trágica historia no se repetirá. Grave error, más cuando se analiza el clima: el año que pasó fue uno de los tres más calurosos jamás registrados en siglo y medio de mediciones, según reportó la Organización Meteorológica Mundial. Año en el que también se alcanzó un deshielo en el Ártico sin precedentes.

Es decir, seguimos calentando el planeta a la vez que continuamos perdiendo reservorios fríos para contrarrestar el problema. Es como si cada día pusiéramos una hornilla caliente dentro de nuestra nevera…eso se va a dañar.

Serán años venideros de extremos con heladas repentinas, vientos huracanados, lluvias torrenciales, sequías extensas e inundaciones mortíferas. La variabilidad climática ha mostrado que los históricos ciclos son cosa del pasado, ahora la incertidumbre es la palabra que gobierna las predicciones meteorológicas.

Recuerdo que los diálogos con los adultos mayores en los primeros días de enero era lucubrar como se comportaría el mes correspondiente a partir del estado del tiempo atmosférico reinante: si el primero de enero predominaba un tiempo seco y alta radiación solar así sería el mes de enero; si el cuarto día de enero llovía lo más probable es que abril fuera pasado por agua… Así sucesivamente. Las cabañuelas funcionaban, en la mayoría de los casos, con los ajustes que se hacían con el ya olvidado Almanaque Bristol, la interpretación del comportamiento de algunas especies reinantes en la región y los pronósticos oficiales.

Ahora, debido a las emisiones de gases efecto invernadero, al deterioro de los ecosistemas, la deforestación y la afectación de muchos ciclos biogeoquímicos y del agua, las predicciones se han complicado. Ya la información proveniente de los satélites, de los radares de tierra y de las estaciones hidrológicas y meteorológicas debe ser tratada estadísticamente incluyendo un elemento matemático que causa temor: el error y la indeterminación. Lamentablemente, no se logra predecir con exactitud lo que pasará en el Caribe Colombiano, ni en otras regiones colombianas.

Ante semejante duda sobre lo que ocurrirá, y observando los extremos de los fenómenos atmosféricos en Europa, Estados Unidos y buena parte de Asia; y el trágico acontecimiento con el huracán Iota en la región insular de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el llamado a la población es estar atenta a los reportes, prepararse para lo que venga y ser resilientes.

Aunque el verdadero llamado es contribuir a la reducción de nuestras emisiones de gases efecto invernadero: apagar un bombillo o lámpara, no exigir nuestro aire acondicionado, caminar más y conducir menos, y no desperdiciar alimentos o el agua, entre otras acciones. También se pueden compensar las emisiones, apoyando iniciativas de reforestación que capturan el dióxido de carbono de la atmósfera para ayudar a enfriar el plantea. Acciones locales para efectos globales.

Ahora, al finalizar los primeros días de enero, de conversar con los que han vivido lo suficiente para preocuparse por el tema, llego a la conclusión que la anomalía climática muestra que la variabilidad es la regla; una regla que, al parecer, no tiene excepción.

Creo que lamentablemente llegó la hora de decirle adiós a la Cabañuelas.

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