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La sordera de los que firmaron el Punto final. Por: Eduardo Mackenzie

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Daniel Samper Ospina es un cronista original: el utiliza las bromas y la provocación obscena no para denunciar las faltas de un gobierno corrupto y repudiado por las mayorías, como hacen, en general, los humoristas decentes del mundo entero, sino para blanquearlo.

Pese a ese enorme defecto, sus amigos le pasan todo. No osan reprocharle nada aunque ven cómo él injuria y, peor, calumnia y denigra impunemente y a brazo partido desde sus tribunas en la prensa acomodada de Bogotá. Pues es un hijo de papá que se sabe privilegiado y protegido. El utiliza esas ventajas para mantener vivos sus odios, que pueden durar años, y que son su fondo de comercio. Ante los testimonios y explicaciones de sus víctimas, el hombre de la falsa sonrisa es intratable: ningún argumento le hace mella. La razón razonable no le incumbe. Y los embustes continúan. eduardo-mackenzie

Esta vez sus amigos están en plena efervescencia. Parece que el buen nombre del ex director de la sulfurosa revista Soho, que vende pornografía soft y exhibe cuerpos desnudos de menores de edad, como la cosa más natural del mundo, ha sido atacado. Alguien le vertió una gota de la poción amarga que él inocula a diario a otros y eso para él es insoportable. La movilización defensiva consiste en difundir un texto que acusa al ex presidente Álvaro Uribe de haber dicho que Daniel Samper Ospina es un “violador de niños”, lo que para los efervescentes es una “infamia irreversible” que habrá “de tener solución en la justicia” (¿por qué entonces lo de “irreversible”?) y que es un “repugnante acto de violencia que ya ha empezado a llamar a más violencia”. ¿Todo eso? ¿No exageran?

El senador Álvaro Uribe, el jefe de la oposición y uno de los responsables políticos más calumniados por Daniel Samper Ospina y su séquito, escribió esa fórmula para responder a un twitter inmundo del 13 de mayo pasado, reexpedido miles de veces, donde Daniel Samper Ospina, mediante un perverso juego de palabras, transforma la bebé de tres meses de una senadora colombiana en objeto de escarnio: “La doctora Paloma tuvo una hija y le puso Amapola, cosa que casi le critica el doctor Londoño, que es tan duro con todo lo que tenga que ver con drogas”.

No creo que Daniel Samper Ospina sepa siquiera qué es una figura de estilo. Empero, él construye espontáneamente un cierto tipo de éstas para lanzar sus estocadas con gran cobardía. El lenguaje humano permite las variaciones de sentido más sorprendentes. Una figura de estilo o de retórica puede acentuar o transformar el valor de una palabra. Con una metonimia, por ejemplo, la cercanía lógica de dos cosas se puede explotar para dar a comprender que lo uno es lo otro.

Es lo que hizo Daniel Samper en la frase anterior y en la siguiente. Para acentuar el primer escarnio, él hace que Paloma Valencia, la mamá ofendida, su hija y su familia, aparezcan, sin decirlo, como consumidores de cocaína y heroína. Esta fue la fórmula empleada: “A Jorge y a mí sí nos pareció raro que la doctora le pusiera Amapola a la hija, con todo lo que ha sucedido con el cartel terrorista FAR [sic]. Pero bueno, de grande será heroína, como la mamá”.

Contra ese ultraje disfrazado en humor negro había que responder, claro, con risas cómplices o con una cortina de silencio. Pues no. Esta vez, en lugar de aplausos lo que le cayó al miserable cronista fue una frase brutal, feroz, desaforada, cierto, pero surgida con razón como único recurso contra una afrenta sin castigo.

Los amigos del sobrino del ex presidente Ernesto Samper Pizano, hoy actor oficioso de la dictadura de Nicolás Maduro, están en pie de guerra: quieren acorralar al ex presidente Uribe con este incidente. Hace años que sueñan con borrarlo del mapa sin haberlo logrado. Eso los muestra como unos perversos derrotados. Y lo seguirán siendo.

El presidente Uribe no presentó las excusas que exigía el señorito y, por el contrario, sacó la lista de abusos de éste, que muchos ignoraban. Y explicó que su frase, forzosamente reducida por el soporte utilizado, llamaba la atención sobre alguien que era un “violador de los derechos de los niños”, como en el caso de Amapola, y no, por ende, un violador de niños. La precisión fue importante y oportuna.

La senadora Paloma Valencia, por su parte, mostró el carácter artificial de las quejas de los periodistas quienes no ignoraban cual era la verdadera dimensión del asunto. “En ningún caso el presidente Uribe estaba hablando de abuso sexual, el mensaje es bastante claro. Me parece que sacar el mensaje de contexto es una falta de respeto”, declaró. Y, en efecto, la palabra “sexual” no aparece en el twitter del senador Uribe.

Si Daniel Samper Ospina se cree con derecho a entablar una demanda penal por calumnia contra el ex presidente Uribe, la senadora Paloma Valencia también tiene tanto o más derecho a demandar penalmente a Samper Ospina, pues ella y su familia fueron calumniados y de qué manera. Es también hora de que las personas vejadas por el columnista de Semana, salgan del silencio y entablen sus respectivos pleitos en acción colectiva.

Al firmar el reclamo de antier, intitulado “Punto final”, lo que hicieron esas personas fue mostrar su propio laxismo, su escandalosa complacencia con la pedofilia blanda, su indolencia ante el maltrato a los menores de edad, que pueden ser burlados y hasta mostrados como ganado humano, si lo que está en juego es la diversión de unos pocos. Aunque no lo piensen, hay en la defensa agrupada de ese personaje como un deslizamiento moral que da escalofrío. Esos firmantes están lejos de pensar el fondo de la cosa. ¿De dónde viene esa pérdida indolora de referencias sobre el bien y el mal? ¿De dónde ese intento por deshumanizar el hombre? ¿Cuándo comenzó eso? ¿Quién fomenta ese deslizamiento?

Eso es lo que el ruido actual que ellos generan en los medios no quiere dejar oír. Ruido para ver si un juez condena a Uribe. Ruido para ver si Uribe se inclina ante sus detractores. Ruido para terminar de imponer esa visión triste de la cultura sin valores y de la sociedad de “diversión” sin límites. Pero la resistencia contra ese desvarío es grande aunque los efervescentes de ocasión no lo quieran ver.

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